Lo que hago, lo que hacemos (Vettonia) y un poco más... (todas las fotos por MBReig salvo que se diga lo contrario)
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domingo, 26 de marzo de 2017

UN RECUERDO

Las tablas de madera del pasillo oscuro crujían bajo las pisadas de mis zapatos de colegio. Caminando despacio, aun con el uniforme puesto, cada tarde solía dirigirme hacia la puerta del fondo. Un Pasillo estrecho y oscuro. Unas paredes lisas, sin adornos. Unos techos altos y agrietados, víctimas de los bombardeos de hace décadas, en ese tercer piso de calle de La Palma. Mis nudillos llamaron despacio sobre la pintura blanca y descascarillada que  maquillaba la puerta alta.Era “el cuarto de los leones” que los mayores llamaban así para que no entráramos los niños. El abuelo abrió aceptando mi entrada. Olía a barniz, a aguarrás. Hacía frio en el taller del abuelo. Pinceles y pequeños botes de pintura salpicaban un enorme tablero colocado a modo de mesa. Trapos sucios, marcos a medio dorar, herramientas para tallar, cortar y lijar. Hacía frio en el taller del abuelo. A la derecha, junto a la pared, una pequeña nevera con huellas de dedos sucios junto al picaporte. Le miré. El sonrió. Mi pequeña mano de colegiala giró despacio el picaporte tirando hacia mí. La pesada puerta de acero se abrió. Mis ojos se agrandaron  levantando mis cejas y toda mi cara se iluminó. En el interior estaba el tesoro. Una caja de cartón ancha y plana que saqué con cuidado y coloqué sobre el tablero.Quité la tapa lentamente y con mis pequeños dedos de colegiala separé el papel de seda que protegía su contenido. Ahí estaban, ante mis ojos hipnotizados, ¡montones de láminas de PAN DE ORO!, ¡frágiles, suaves, delgadísimas, brillantes! Las mismas que el abuelo utilizaba para restaurar los marcos de esos cuadros y que tantas veces le había visto fundir sobre la madera con el pincel y que ahora yo acariciaba con las yemas de mis dedos, en ese taller frio, aún con el uniforme puesto.