EL TRISTE FINAL DEL YONI Y EL GOYO
Lo teníamos todo bien planeado.
Llevábamos semanas vigilando al tipo y a la casa. Sabíamos por “el rata” que a
las siete de la tarde salía con su chucho y daba dos vueltas al parque, se
sentaba durante quince minutos a leer la sección de economía y para acabar se
tomaba su birra en el quiosco donde trabaja la Rita. El muy cabrón le tiraba
los trastos, así, de traje y corbata, y la muy tonta le hacía la ola. Que yo lo
vi con mis propios ojos. Así me entró a mi esta furia. Por venganza. Porque la
Rita era para mi “de siempre”, aunque se hiciera la dura. Mi colega “el rata”
me contó que el tío ese estaba forrado. No había más que ver el barrio. Y pensé
: ¡se va a enterar!.
Llamé al Goyo y planeamos el
robo. Vigilamos un tiempo hasta que hoy nos atrevimos a entrar. Y Ahora
estábamos apostados en la esquina, como si la cosa no fuera con nosotros,
esperando a que el tipo saliera por la puerta, a las siete.
con habilidad en el cuello de Goyo a modo de látigo, haciéndole caer
con fuerza contra la mesa de cristal que se hizo añicos y le cortó el rostro en
mil pedazos.
Con Goyo inconsciente Luis pudo
ensañarse con Yoni. Descargaba sus puños una y otra vez sobre su cara, su
estómago, sus costillas y volvía a la cara. Gritaba como un maldito chalado
mientras el chaval iba perdiendo el aire para suplicarle que parara. Hasta que
finalmente sus rodillas cedieron y cayó sin sentido sobre la alfombra, cerca de
Goyo.
Cuando despertaron, a duras
penas podían.- Mira “Yoni” – me dijo - ahí está, tío.
Salió, giró a la izquierda y en ese momento saltamos el seto, rompimos el cristal de la ventana y nos colamos en la casa. El muy imbécil no había dejado puesta la alarma.
Echamos un vistazo rápido en busca de algo caro y pequeño pero antes de ver nada el tipo abre la puerta trasera, entra por la cocina, coge la correa del chucho que se le debió olvidar y nosotros dentro, plantados como un seto, el Goyo y yo, mirándole acojonados. Él levanta la vista, da un grito y sin venir a cuento se tira sobre nosotros antes de que podamos salir por patas de la casa.
Luis se encontró cara a cara con los dos niñatos, porque “eso es lo que sois ¿verdad?” El sobresalto no le impidió reaccionar con rapidez y se abalanzó sobre ellos antes de que pudieran salir de la casa.
.- Niñatos de mierda! ¿qué estáis haciendo aquí?
Luis aún llevaba en la mano derecha la correa de Kan, su Dogo gris, y sin perder un segundo la lanzó y enrolló abrir los ojos, pero sus miradas desenfocadas distinguieron sin
dudar la pistola que les apuntaba a la frente. El Dogo se mantenía en actitud
de ataque al lado de Luis y dispuesto a saltar sobre ellos a la más mínima
señal.
.- Ahora, niñatos, os quedaréis
bien calladitos mientras voy a la cocina.
Luis abrió la nevera sin dejar
de apuntarles con la pistola. Sacó una lata de cerveza y se sentó en el sofá,
frente a ellos, pisando los cristales rotos con sus zapatos de piel de
Mallorca. La cara de Goyo sangraba en abundancia y la sangre caía empapando el cuello de
la hortera camisa sin mangas que enseñaba el tatuaje del hombro. A su amigo Yoni
se le hinchaba la cara por momentos y ambos respiran con dificultad. En parte
por la paliza y en parte por el miedo que les inmovilizaba. Luis se levantó con calma sacó de un cajón un rollo
de cinta americana. Con ella les tapó la boca, les ató las manos por detrás de
la espalda y les encerró por separado en habitaciones distintas. La última
mirada que pudieron cruzar los niñatos rebosaba pánico.
Miré al Goyo. Sus ojos, como
los míos, supongo, gritaban de pánico. Su cara estaba destrozada y me subió el
vómito hasta la garganta. Ese cabrón había hecho una carnicería y el muy mamón
no se inmutaba. Mi colega se había meado en los pantalones y el perro hijo de
puta le olisqueaba la entrepierna. Pero no podía moverme. Mis manos atadas, mi
boca tapada y todo el cuerpo dolorido. Vi cómo se llevaba al Goyo a una
habitación y lo tiraba al suelo, pateándolo como a un trapo. Después volvió a
por mi. Me encañonó con la pipa, me empujó por el pasillo hacia otra habitación
oscura y me encerró con llave. Yo empecé a sudar y a dar vueltas sin saber qué
hacer. No podía gritar y la habitación parecía vacía. Sin muebles, ni ventanas.
Nada. Sólo cuatro paredes, un techo y la oscuridad. ¡Joder Rita!, pensé. ¿Qué
coño estoy haciendo aquí?. Si no fueras una calientapollas esto no habría
pasado.
.- ¡Yoni! ¡Ayuda!. ¡Joder Yoni!,
cárgate a ese hijo de puta y sácame de aquí. Estas palabras no salían de mi
boca, sólo eran ruidos dentro de mi garganta que me quemaba como si me hubiesen
pasado una sierra por dentro. ¡Mamá! Soy el Goyo. Escúchame. Nunca quise que
pasara esto. Sólo quería hacerte un regalo, porque te lo mereces, mamá. Hay
tanto cabrón forrado y nosotros, mira. Qué injusto es el mundo. No puedo parar
de llorar y me he meado en los pantalones. ¡Joder, Yoni!, sácame de aquí. No
pudo parar de llorar. Me abrasan los ojos. Me escuece la cara. Si pudiera verme
en un espejo… Escucho pasos. Se abre la puerta. Reculo como puedo, tirado en el
suelo. ¡Yoni!, ¡Madre!. Me apunta con la pistola. La carga. ¡Hijo de puta!¡Hijo
de puta!.
Yoni,
estaba tirado en el suelo. Todo era silencio y oscuridad. Invadido por la
desesperación rodaba sobre su cuerpo tratando de deshacerse de la cinta que le
ataba. Sus manos se están quedando dormidas por la compresión y con cada
movimiento sólo conseguía apretar más y más la cinta alrededor de las muñecas.
El dolor se hacía insoportable y seguía sudando. De un momento a otro sabía que
la ansiedad le haría perder el conocimiento. Escuchó pasos y el sonido de la
puerta al abrir la otra habitación. Escuchó el percutor de la pistola al
cargarse. ¡No podía creerlo!. Este hijo de puta estaba loco. Pero sin previo
aviso escuchó la detonación. Un disparo seco sacudió sus oídos. Su corazón se
salía del pecho. Un frío heló su sangre y paralizó todo su cuerpo. ¡No!. ¡Le ha
matado! ¡Goyo!. ¡Dios mío, ayúdame!. Escuchaba ahora cómo los pasos Luis se
acercaban despacio hacia su habitación. ¡Voy morir! ¡cabrón, voy a morir! Yoni
cerró los ojos, bañado por lágrimas, sudor y miedo y sintió el aire tibio que
entraba al abrirse la puerta... mientras sus pensamientos se perdían en la
lejanía de su infancia… ¡Rita!, ¡Rita!