Lo que hago, lo que hacemos (Vettonia) y un poco más... (todas las fotos por MBReig salvo que se diga lo contrario)
PARA VER TODAS LAS PUBLICACIONES POR TEMAS, USA EL INDICE DE ETIQUETAS

miércoles, 15 de abril de 2015

EL TRISTE FINAL DEL YONI Y EL GOYO

Un divertido ejercicio del taller de literatura, con sus pautas para la narración y a continuación, el resultado.


EL TRISTE FINAL DEL YONI Y EL GOYO

Lo teníamos todo bien planeado. Llevábamos semanas vigilando al tipo y a la casa. Sabíamos por “el rata” que a las siete de la tarde salía con su chucho y daba dos vueltas al parque, se sentaba durante quince minutos a leer la sección de economía y para acabar se tomaba su birra en el quiosco donde trabaja la Rita. El muy cabrón le tiraba los trastos, así, de traje y corbata, y la muy tonta le hacía la ola. Que yo lo vi con mis propios ojos. Así me entró a mi esta furia. Por venganza. Porque la Rita era para mi “de siempre”, aunque se hiciera la dura. Mi colega “el rata” me contó que el tío ese estaba forrado. No había más que ver el barrio. Y pensé : ¡se va a enterar!.
Llamé al Goyo y planeamos el robo. Vigilamos un tiempo hasta que hoy nos atrevimos a entrar. Y Ahora estábamos apostados en la esquina, como si la cosa no fuera con nosotros, esperando a que el tipo saliera por la puerta, a las siete.
 con habilidad en el cuello de Goyo a modo de látigo, haciéndole caer con fuerza contra la mesa de cristal que se hizo añicos y le cortó el rostro en mil pedazos. 
Con Goyo inconsciente Luis pudo ensañarse con Yoni. Descargaba sus puños una y otra vez sobre su cara, su estómago, sus costillas y volvía a la cara. Gritaba como un maldito chalado mientras el chaval iba perdiendo el aire para suplicarle que parara. Hasta que finalmente sus rodillas cedieron y cayó sin sentido sobre la alfombra, cerca de Goyo. 
Cuando despertaron, a duras penas podían.- Mira “Yoni” – me dijo - ahí está, tío.
Salió, giró a la izquierda y en ese momento saltamos el seto, rompimos el cristal de la ventana y nos colamos en la casa. El muy imbécil no había dejado puesta la alarma.
Echamos un vistazo rápido en busca de algo caro y pequeño pero antes de ver nada el tipo abre la puerta trasera, entra por la cocina, coge la correa del chucho que se le debió olvidar y nosotros dentro, plantados como un seto, el Goyo y yo, mirándole acojonados. Él levanta la vista, da un grito y sin venir a cuento se tira sobre nosotros antes de que podamos salir por patas de la casa. 

Luis se encontró cara a cara con los dos niñatos, porque “eso es lo que sois ¿verdad?”  El sobresalto no le impidió reaccionar con rapidez  y se abalanzó sobre ellos antes de que pudieran salir de la casa.
.- Niñatos de mierda! ¿qué estáis haciendo aquí? 
Luis aún llevaba en la mano derecha la correa de Kan, su Dogo gris, y sin perder un segundo la lanzó y enrolló abrir los ojos, pero sus miradas desenfocadas distinguieron sin dudar la pistola que les apuntaba a la frente. El Dogo se mantenía en actitud de ataque al lado de Luis y dispuesto a saltar sobre ellos a la más mínima señal. 
.- Ahora, niñatos, os quedaréis bien calladitos mientras voy a la cocina. 

Luis abrió la nevera sin dejar de apuntarles con la pistola. Sacó una lata de cerveza y se sentó en el sofá, frente a ellos, pisando los cristales rotos con sus zapatos de piel de Mallorca. La cara de Goyo sangraba en abundancia y la sangre caía empapando el cuello de la hortera camisa sin mangas que enseñaba el tatuaje del hombro. A su amigo Yoni se le hinchaba la cara por momentos y ambos respiran con dificultad. En parte por la paliza y en parte por el miedo que les inmovilizaba. Luis se levantó con calma sacó de un cajón un rollo de cinta americana. Con ella les tapó la boca, les ató las manos por detrás de la espalda y les encerró por separado en habitaciones distintas. La última mirada que pudieron cruzar los niñatos rebosaba pánico. 

Miré al Goyo. Sus ojos, como los míos, supongo, gritaban de pánico. Su cara estaba destrozada y me subió el vómito hasta la garganta. Ese cabrón había hecho una carnicería y el muy mamón no se inmutaba. Mi colega se había meado en los pantalones y el perro hijo de puta le olisqueaba la entrepierna. Pero no podía moverme. Mis manos atadas, mi boca tapada y todo el cuerpo dolorido. Vi cómo se llevaba al Goyo a una habitación y lo tiraba al suelo, pateándolo como a un trapo. Después volvió a por mi. Me encañonó con la pipa, me empujó por el pasillo hacia otra habitación oscura y me encerró con llave. Yo empecé a sudar y a dar vueltas sin saber qué hacer. No podía gritar y la habitación parecía vacía. Sin muebles, ni ventanas. Nada. Sólo cuatro paredes, un techo y la oscuridad. ¡Joder Rita!, pensé. ¿Qué coño estoy haciendo aquí?. Si no fueras una calientapollas esto no habría pasado.

.- ¡Yoni! ¡Ayuda!. ¡Joder Yoni!, cárgate a ese hijo de puta y sácame de aquí. Estas palabras no salían de mi boca, sólo eran ruidos dentro de mi garganta que me quemaba como si me hubiesen pasado una sierra por dentro. ¡Mamá! Soy el Goyo. Escúchame. Nunca quise que pasara esto. Sólo quería hacerte un regalo, porque te lo mereces, mamá. Hay tanto cabrón forrado y nosotros, mira. Qué injusto es el mundo. No puedo parar de llorar y me he meado en los pantalones. ¡Joder, Yoni!, sácame de aquí. No pudo parar de llorar. Me abrasan los ojos. Me escuece la cara. Si pudiera verme en un espejo… Escucho pasos. Se abre la puerta. Reculo como puedo, tirado en el suelo. ¡Yoni!, ¡Madre!. Me apunta con la pistola. La carga. ¡Hijo de puta!¡Hijo de puta!.  

Yoni, estaba tirado en el suelo. Todo era silencio y oscuridad. Invadido por la desesperación rodaba sobre su cuerpo tratando de deshacerse de la cinta que le ataba. Sus manos se están quedando dormidas por la compresión y con cada movimiento sólo conseguía apretar más y más la cinta alrededor de las muñecas. El dolor se hacía insoportable y seguía sudando. De un momento a otro sabía que la ansiedad le haría perder el conocimiento. Escuchó pasos y el sonido de la puerta al abrir la otra habitación. Escuchó el percutor de la pistola al cargarse. ¡No podía creerlo!. Este hijo de puta estaba loco. Pero sin previo aviso escuchó la detonación. Un disparo seco sacudió sus oídos. Su corazón se salía del pecho. Un frío heló su sangre y paralizó todo su cuerpo. ¡No!. ¡Le ha matado! ¡Goyo!. ¡Dios mío, ayúdame!. Escuchaba ahora cómo los pasos Luis se acercaban despacio hacia su habitación. ¡Voy morir! ¡cabrón, voy a morir! Yoni cerró los ojos, bañado por lágrimas, sudor y miedo y sintió el aire tibio que entraba al abrirse la puerta... mientras sus pensamientos se perdían en la lejanía de su infancia… ¡Rita!, ¡Rita!