Lo que hago, lo que hacemos (Vettonia) y un poco más... (todas las fotos por MBReig salvo que se diga lo contrario)
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miércoles, 15 de julio de 2015

A TRAVÉS DE UNA VENTANA


LOS ECOS DEL PASADO....

.- ¿Leo, dices? ¿Cómo que Leo? ¡Te llamas Leopoldo!, como tu padre, como tu abuelo. Y en esta familia no hay maricones, ¿has entendido?. Sal por esa puerta. Yo ya no tengo hijo.

Mi mano huesuda y vieja agarra la reja oxidada de la ventana sin dueño. Desde la calle Me se asomo al interior. Ya no es una casa. No tiene tejado, ni paredes. Sólo unos deshechos muros de piedra casi vencidos a ras del suelo. No hay puerta, ni madera que tape el vano de la ventana, ni brasero que caliente su interior. Ahora la hierba es la alfombra sobre la que he jugado de niño. 
Esa alfombra gastada que manché sin querer con el primer estallido del  deseo. 

Pegada mi nariz y toda mi cara vieja al hueco de la ventana, mis ojos, ahora sabios y cansados, vuelven a esta morada de la calle Ave María.

Aquella tarde Angelito y yo nos buscamos. Era otoño y las mujeres y hombres del pueblo aún se doblaban sacando piedras a unos cuantos kilómetros, donde se construía la presa. Teníamos catorce años y desde los doce nuestra relación se había estrechado de un modo poco usual, hacia una irresistible atracción física que nos hacía necesitar del sacramento de la confesión día sí, día no. Pero estábamos cansados de esperar.

Se tocaron tímidos, solos en la casa. Se desnudaron, se estudiaron y se amaron sobre la alfombra gastada, junto a las faldas de la mesa camilla y bajo las miradas de todos los retratos que colgaban de la pared. Se amaron casi sin luz, escondidos tras el olor a campo húmedo y a estiércol, agazapados en el silencio de un pueblo que seguía trabajando en la presa hasta caer el sol. Era un otoño frio, pero se daban calor con sus cuerpos templados y sus sonrisas de triunfo.

La puerta se abrió y mi padre se nos echó encima. Sus manos grandes barrieron con furia los cuerpos desnudos y ya impuros. Angelito recogió sus ropas y salió a patadas a la calle desierta sin saber cómo detener a mi padre. Angelito, desnudo, miró desde fuera por la misma ventana por la que yo miro ahora, asida mi mano vieja a los barrotes oxidados.

Fue la deshonra la que me sacó del pueblo aquella tarde de otoño, hace cincuenta años. Y ahora, muerto mi padre, he querido volver. Ahora el pueblo, sumergido bajo las aguas, guarda silencio. El cielo plomizo se refleja en el pantano y las piedras campan a su antojo por las pocas calles que se han librado de la inundación. En una de esas calles, la calla Ave María, perdí mi inocencia y según mi padre, la honra de la familia. 

Todo ha quedado en secreto tras la ventana a la que ahora asomo mi cara vieja, mi vida pasada con la que por fin me reconcilio.

.- ¡Leo!.-oigo a mi espalda.
A cien metros, en el coche, Ángel me espera…